Andersen creció mimado de la única forma que sus padres (zapatero y lavandera) podían permitirse: alimentando su imaginación a través de lecturas como The Arabian Nights. Además de este buen comienzo, Andersen cuenta que Odense (pueblo natal) ayudó a su creatividad, gracias a la conservación de tradiciones y supersticiones populares, en especial los cuentos de las féminas en el Hospital de Odense.
Teniendo esta infancia-juventud en cuenta podemos comprender ciertos aspectos de “La Sirenita” como el toque religioso y la no tan discreta intención de hacer que los niños y niñas sean buenos.
Por otra parte, Andersen comenzó a escribir tras un estrepitoso fracaso en el Teatro Real Danés (1819) dónde contó con el apoyo económico de Jonas Collin, director de dicho teatro. Sin embargo su estancia en
Copenhague estuvo marcada por la frustración; inservible como actor,
o cantante, sus compañeros y miembros de la facultad se mofaron de
sus ambiciones y desanimaban a escribir, sumiéndole en una depresión.
Es en este punto dónde comprendemos claramente de dónde sale toda esa crudeza que destaca en el cuento. Andersen refleja toda su frustración y amargura en el relato, expresando su deseo de alcanzar algo fuera de su alcance (en su caso, un talento artístico concreto; en el caso de la sirena, un alma inmortal, el amor incondicional) de una forma más tópica e impersonal.
Prestando algo de atención podemos ver que la protagonista de la historia es en parte un reflejo del autor: Una joven que sueña con abandonar su hogar (como Andersen soñó en Odense) cautivada por ciertas cualidades del lugar de destino, así como las características de sus habitantes (Copenhague y sus artistas); la depresión de la sirena al conocer la existencia del alma y su carencia de ésta, el que ama y
no es amado (Andersen entra en contacto con el mundo del arte para saber que él carece del talento para entrar en él, sus sueños
y aspiraciones motivo de burla para sus compañeros)
En el